La sensibilidad al calor es un problema importante en las personas con EM. La mayoría de ellas sufren un empeoramiento de los síntomas cuando la temperatura corporal aumenta, aunque solo sea un poco.
Uno de los síntomas que más se agudiza es la fatiga, que puede limitar la capacidad de hacer ejercicio y realizar las tareas cotidianas.

Las razones por las que los pacientes de EM experimentan esta sensibilidad al calor siguen sin estar claras. Se cree que un aumento de la temperatura corporal de 0,5 ºC puede ralentizar o bloquear las señales que viajan por los nervios que ya han sido dañados o desmielinizados.
Es lo que se conoce como fenómeno Uhtoff, nombre que debe a la primera persona que lo describió en la década de 1890: Wilhem Uhtoff.

La actividad física y el ejercicio son factores muy importantes para que las personas con EM gestionen su enfermedad y mejoren su estado de forma y salud general.

Por eso, científicos de todo el mundo trabajan en las mejores estrategias para ayudar a estas personas a gestionar la sensibilidad al calor.

Muchas de estas estrategias, como la de llevar cinturones refrigerados con hielo o sumergir la parte inferior del cuerpo en agua fría antes de hacer ejercicio, no siempre resultan prácticas.

Un equipo de investigadores australianos, dirigidos por el Dr. Ollie Jay de la Universidad de Sydney, ha publicado un nuevo estudio en la revista científica Medicine & Science in Sports & Exercise sobre la eficacia de una sencilla estrategia para reducir la sensibilidad al calor durante el ejercicio: beber agua fría.

Prueba sobre la bici

En este estudio, los científicos captaron a 20 personas.
10 con EM y otras 10 sin EM.

Se pidió a los participantes que pedalearan sobre una bicicleta estática en un ambiente controlado a 30º C y un 30% de humedad, en tres ocasiones diferentes.

Tenían que pedalear hasta agotarse o durante un máximo de 60 minutos.

Se les dio a todos agua para beber, a razón de 3,2 ml por kilogramo de peso, cada 15 minutos. El agua era fría (1,5 grados) o caliente (37 grados).

Todos los miembros del grupo de control que no tenía EM lograron completar los 60 minutos de pedaleo, mientras que solo 3 de las 10 personas con EM consiguieron hacerlo a 30°C cuando tomaban agua caliente.

Sin embargo, al darles agua fría, 5 de los 10 participantes con EM lograron completar los 60 minutos, y los que no llegaron a 60 minutos sí que lograron pedalear un 30% más.

Durante la actividad, los científicos midieron también la temperatura corporal, la temperatura de la piel y el ritmo cardíaco. Sorprendentemente, dadas las consecuencias que tenía en la duración del ejercicio y la percepción de la fatiga, el agua fría no afectó al ritmo cardíaco, la temperatura corporal o cutánea.

El equipo de investigadores sugiere que puede deberse a los sensores térmicos en la boca, el tracto digestivo y el abdomen, que pudieran estar enviando señales al cerebro para afectar a la percepción de la fatiga en lugar de que el agua fría actúe a través de un cambio en la temperatura corporal.

Los investigadores planean ahora investigar este fascinante descubrimiento con más profundidad.

En la práctica, es posible que, dado que la mayoría de sensores térmicos se encuentran en la boca y en la lengua, el mero hecho de mantener el agua fría en la boca sin tragar podría reducir la sensibilidad al calor en las personas con EM, de ahí que el equipo vaya a investigar con más detalle esta posibilidad.

Estos resultados, fascinantes e imprevistos, pueden cambiar nuestra forma de pensar sobre la sensibilidad al calor y la manera en que se puede abordar en las personas con EM.

Agradecimiento a MS Research Australia – proveedor principal de resúmenes de investigación e nuestro sitio web.