En las últimas dos décadas, el diagnóstico de la EM se ha visto revolucionado por la disponibilidad de las técnicas de resonancia magnética (MRI, por sus siglas en inglés), que permiten un diagnóstico más preciso y rápido de lo que era posible anteriormente.

En aquellas personas que presentan un hecho clínico que pueda sugerir la EM, con una sola resonancia es suficiente para tener un diagnóstico positivo en EM si esta satisface los criterios de McDonald revisados de 2010.

Más recientemente, se han utilizado potentes técnicas de MRI para estudiar la inflamación y el daño sufrido por los tejidos en regiones del cerebro, para lo cual las técnicas convencionales de MRI no son suficientemente sensibles. Se están desarrollando varias de estas técnicas de MRI no convencionales para su uso en el diagnóstico de la EM, especialmente para la EM primaria progresiva y para los casos de EM recurrente-remitente en los que la MRI más convencional no es concluyente.

Estos estudios también han destacado la importancia de la neurodegeneración, la reparación de tejidos y la reorganización en respuesta al daño en el córtex.

Además, las investigaciones han indicado que algunas mediciones con MRI de los daños de la materia gris y de la atrofia del sistema nervioso central pueden resultar útiles para predecir la progresión de la EM.

Con el fin de complementar el desarrollo de técnicas de MRI más potentes, los científicos están identificando también biomarcadores (citocinas, anticuerpos o antígenos) en la sangre o en el fluido cerebroespinal que puedan ayudar al diagnóstico y prognosis de la EM, y que pueden medirse de manera objetiva y utilizarse como indicadores de procesos inflamatorios o neurodegenerativos en particular, o respuestas a tratamientos farmacológicos.